Para mí tiene siempre algo de solemne el acto de poner un telegrama; pero mucho más lo ha tenido hoy, al ver el nombre de Guadix (de la antigua Acci, Colonia gemela de los Romanos) en el libro ó cuadro de las Estaciones telegráficas con que se comunica instantáneamente la Ciudad Eterna; al dirigir desde la Capital del mundo mi saludo filial, en vísperas de Pascuas, al hogar de mis Padres; al pensar que en aquel momento resonaba ya una campanilla eléctrica al pie de Sierra -Nevada , diciendo á los que tanto amo: «Os hablo desde Roma. — Felicidad»; al imaginarme la emocion religiosa con que habrá sido allá recibido este mensaje, que ha puesto por un momento en comunicacion material á la Córte de los Pa- pas con la pobre Ciudad cristiana que gimió cautiva ocho siglos en poder de los Agarenos; al meditar, por último, en que mi palabra de amor aca- baba de recorrer toda la Italia, toda la Francia, toda le España, cruzando por Florencia, Turin, París, Madrid y tantas otras grandes capitales, desdeñándolas y dejándolas atrás, y diciéndoles arrogantemente; <<¡Paso! ipaso! ¡Voy á Guadix!»
El Telegrafista con que me he entendido es un pobre Conde que habla medianamente el español. — El parte me ha costado 70 reales.
(La moneda española es la más corriente en Roma , cuyo sistema mo- netario es igual al nuestro en las piezas de plata. — Nuestro duro de 20 reales hace las veces del scudo romano: la peseta equivale al papefto, y la pieza de dos reales corresponde al paolo. — En las monedas de cobre hay diferencia, pues se ajustan más al sistema írancés. El papetto , como el franco, se divide en 20 sueldos (bajocchi). — Un real tiene, pues, cin- co bajocchi, representados por una enorme pieza de cobre. — Además hay monedas de dos bajocchi, de un bajocco y de medio bajocco. Las monedas de oro más corrientes son el doblón (^íío|);>i'a^, que vale 64 reales y un bajocco; el zequin (zecchino), que vale 81 reales, y la pieza de cinque scudi, que no es más que nuestra moneda de cinco duros. )
Antes de poner el parte telegráfico he estado en el Correo, lo que me ha colocado en la dura necesidad de ver el gigantesco y sublime pórtico del Pantheon y la plaza de Monte Citorio con su grandioso Obelisco... — Pero os juro que apenas he mirado de reojo estos monumentos... — ¡Si me hubiera parado delante del Pantheon, adios, correo; adios telégrafo; adios, cuerdas de arpa ; adios todo ! — ¡ No : no los he visto : no he querido ver-los ! — Ya los veremos de la manera que se merecen.
En el Correo hablaban tambien español : allí tenia detenidas multitud de cartas y periódicos ; pues hace un mes que mi familia y mis amigos me creen en Roma, lo cual quiere decir que en todo este tiempo no habia recibido noticias suyas. —¡Oh!..., si supieran los que se quedan cuán grato es al que viaja por tierra extranjera recibir en cada pueblo el saludo de la patria, de la amistad , de la familia ó del amor..., sembrarian de cartas todo su camino ! — Hasta aquellas que os hubieran sido indiferentes, sí no enojosas, en otras circunstancias, adquieren un valor in-