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DE MADRID A NAPOLES


— ¡El Colosseo! dijo lacónicamente el auriga, ¡ Era él ! ¡ Era el luctuoso espectro , envuelto en un sudario de sombras !

Nosotros lo habíamos abordado por su parte más alta, cerca del Pórtico.

La luna quedaba oculta detrás de la gigantesca mole.

Para llegar al pie del coloso, tuvimos que bajar algunas rampas, deslizándonos por el hielo. (El Coliseo se levanta hoy en una hondonada, á causa de lo mucho que se ha alzado el terreno que lo cerca).

A medida que avanzábamos nosotros, el negro fantasma crecia. Cuando estuvimos ya tocándolo con la mano , parecióme que el disforme anfi- teatro llenaba todo el universo.

Dejé el coche, y me puse á buscar la puerta, deslizándome á lo largo de aquel inmensurable círculo.

En esto oí un leve ruido de armas ó de llaves, y una voz que gritaba en francés, en medio del más alto silencio :

¿Quién vive?

— ¿Quién resucita? contestó un eco en el fondo de mi alma.

Amici(amigos), respondió el cochero en italiano, añadiendo en seguida en un francés casi ininteligible:

Monsieur: es un caballero que quiere visitar el Coliseo.

—¿Por qué monsieur? (me dije yo) ¿Será francés el conserje?

— ¡Atrás! no se puede... respondió la voz en el idioma trasalpino.

Y volvió á resonar el ruido metálico, que ya no me dejó duda acerca de su procedencia. — Era rumor de armas.

— ¿Hay bandidos en el Coliseo! le pregunté al auriga.

Hasta entonces no me había acordado de Gasparoni, de Luigi Vampa, del Conde de Montecristo... etc., etc.

— Ya no los hay (contestó el cochero). El que nos habla es un centinela.

Era , en efecto , un soldado francés de los que dan la guarnicion á Roma. — ¡ Era un galo, enseñoreándose de la ciudad de César !

¡Y un romano de hoy acababa de decirle monsieur; acababa de llamarle amo, mi señor — Nunca fué denominado así en España un soldado extranjero.

El centinela, que nos oia cuchichear y nos veia inmóviles , añadió con mayor furia, destacándose de su garita:

— ¡Atrás, digo! El Coliseo no puede visitarse de noche sino con una órden del General Goyon.

— Yo busco al Conserje (respondí entonces en francés y con cierta altanería). Dígame usted dónde podré encontrarlo.

El centinela se ablandó al oir el idioma de su patria ; descansó el fusil en tierra, y me dijo suavemente:

— ¿Es usted francés?