Cartuja de Pavía me impusieron, me anonadaron tanto.—¡Cuánta gran- deza y cuánta magnitud reunidas! ¡Cuánta riqueza y cuánto arte á un mismo tiempo! ¡Qué armonía, qué hermosura, qué sublimidad!
No: no seguia reverentemente la general costumbre de admirarlo. A mí las rutinas me previenen siempre en contra; y esta prevencion. así como los pomposos anuncios, me hacen encontrar pequeñas las cosas más grandes. Yo soy lo bastante sincero para poder confesar en cualquier caso que no abundo en una opinion universalmente admitida... Pero la Basi- lica de San Pedro es grande absolutamente y para todos; grande para el artista y para el profano; grande para el creyente y el escéptico, para el entusiasta y el indiferente , para el que entra en ella preparado áadmi- rarla, y para el que la visitara sin noticia anterior de su existencia.
Suspenso, atónito, arrobado quedéme á la puerta, viéndolo todo y no fijándome en nada.—Tres anchas naves; pilares enormes, cuya planta es equivalente á la de iglesias enteras; bóvedas doradas enya altura asom- bra; Estátuas colosales de mármol blanco, representando á los Profetas, álos Fundadores de Ordenes Religiosas y á una multitud de alegres An— geles; pilastras corintias, estriadas, de increible elevacion; los Cuadros más bellos del mundo reproducidos en admirables mosáicos; las Virtudes, gigantescas figuras en estuco, adornando los grandes arcos; allá la Confe- sion de San Pedro, 6 sea la Tumba de los Apóstoles; allá el magestuoso Altar Mayor, aislado sobre el lugar donde se encuentran los brazos de la eruz latina que forma el templo; detrás, el espacioso ábside, Coro de los Cardenales, Salon del trono de los Pontífices, Córte de las almas...— hé aquí las primeras maravillas que fuí distinguiendo en la gran maravilla del conjunto...
¡Y todavía no habia formado idea de la inmensidad del templo!...-— Tal es la armonía, la combinada proporcion de todas sus partes.—Pero cuando dí algunos pasos dirigiéndome á una Pila de agua bendita, soste- nida por un Angel de mármol, (graciosa figura que desde léjos me habia parecido débil y pequeña como la de un niño de pocos meses) me asom- bró, primero la distancia que tuve que recorrer para llegar á la Pila, y luégo el colosal tamaño dle aquel Angel, cuya mano era tres veces Más grande que la que yo alzaba para tomar agua.—Sólo entonces compren- dí las ciclópeas dimensiones de la Basilica.
En seguida avancé por la gran nave del centro, y, al andar, me pare- cia que pesaba sobre mis hombros, abrumándolos, la gran cantidad de aire que mediaba entre mi cabeza y las altas bóvedas.—En fin, cuando Megué bajo la Cúpula, mi admiracion rayó en susto, en vértigo, en estu por.—¡Nunca espacio tan amplio fue robado por el hombre á las regio- nes serenas de la libre atmosfera! —Diríase que aquella Cúpula ha inva- dido el cielo azul; lo ha enlazado con la tierra: lo ha encerrado y com- prendido en un fanal de mármol, obligándole á servir de techumbre á la Casa del Señor.
¡Loor eterno á Bramante, al soberano artista que imaginó tal portento!