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DE MADRID A NAPOLES

ojos en la contemplacion de la Ciudad Eterna, cuyo aspecto general quiero grabar en mi alma con indelebles caracteres, antes de descender al estu- dio interior y observacion minuciosa de sus iglesias, palacios, museos, ruinas y demás monumentos que la decoran.

Animado por esta idea, principié mi expedicion esta tarde haciéndome conducir á la cima del Monte Janiculo, la más alta de las diez colinas (no siete) sobre que se levanta Roma,

El Monte Janiculo, Mamado hoy más comunmente Montorio (monte de oro), del color de sus arenas, se extiende entre el Monte Vaticano y el Monte Aventino, á lo largo de la orilla del Tiber.

Para llegar á su cumbre, hube de pasar cerca de la Iglesia y Conven- to de San Onofrio, donde murió Torcuato Tasso; y como aquel sea un sitio muy apartado del centro de Roma, aproveché la ocasion (por si no se me presentaba otra tan favorable) de visitar la celda inmortalizada por los infortunios del célebre poeta.

Un fraile gerónimo sumamente jóven, perteneciente á la Comunidad que habita hace tres siglos aquella piadosa casa, me hizo los honores de ella, esplicándome las menores circunstancias de los últimos dias de Tasso. —La celda se halla en el mismo estado en que la vió el cantor de las Cruzadas al lanzar el último suspiro.—Allí se encuentran su papelera, su sillon, un vaso antiguo de barro que habia siempre en su mesa, el Crucifijo de bronce que estrechó entre sus manos al expirar, y el espejo que copió su imágen; imágen que pasó por él como una nube por el cie- lo...—Algunas banderas de los Cruzados, coronadas de laureles que se renuevan de tiempo en tiempo, adornan una de las paredes...

En otra parte se ve la mascarilla modelada sobre el rostro exánime del infortunado Torcuato...—El yeso repitió fielmente la horrible dema- cracion de las facciones del tísico...—Y ¡cuán dolorosa es la expresion de aquellas mejillas , hundidas de aquella frente atormentada!

Sobre la papelera hay un tintero. —¡Es el mismo que usó Tasso duran- te los treinta y cinco dias que moró en aquella estancia !—Yo miré el fon do vacío de aquella fuente agotada, y pensé en las canciones, en los poe mas, en los mundos de hermosura que se habrian secado al secarse la tinta que no estrajo de allí la pluma del poeta.

De otra pared penden dos cuadros, que encierran dos cartas aulógra- fas del cantor de Aminta.—Son sus últimos escritos.—Uno de ellos, tra= zado por la insegura mano del moribundo la víspera de su tránsito á la otra vida, dice de esta manera:

«A mi amigo Antonio Constantino,

»¿Qué dirá el señor Antonio cuando sepa la muerte de su Tasso? Y »en mi opinion, no tardará mucho la noticia , pues me siento.al fin de »mi vida: que bunca pudo encontrarse remedio á esta fastidiosa indispo- »sicion que ha sobrevenido á mis otros males crónicos, á la manera de »rápido torrente, por el cual, sin poderme detener un punto, me veo cla-