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DE MADRID A NAPOLES

del viajero, y otras regiones, y otros tiempos, y otras ciudades se presen- taban á su imaginación. — Las campanas que resonaban allá abajo habla- ban el idioma de la remota patria... — La gente que bullía en torno mió tomaba la forma de seres conocidos, de prendas inolvidables...

Una hora después , es decir , hace dos horas, me hallaba rodeado de españoles. — La dolorosa alucinación que me angustiaba en la cumbre del Monte Pincio, habia sido como una profecía , como un presentimiento de la consoladora escena con que ha terminado mi dia de hoy.

Esta escena ha tenido lugar en el Café Greco , punto de reunión de casi todos los artistas extranjeros que residen en Roma.

Allí tienen una sala particular los artistas españoles: allí he encontra- do á mi antiguo amigo el escultor Vilches; al pintor de batallas, Fortu- NY, á quien conocí en África, y pensionado hoy por la Diputación provin - cial de Barcelona ; á Dioscoro Puebla, pensionado por nuestro Gobierno, y pintor de gran porvenir, autor de unas Bacantes que acababan de ser premiadas en la Exposición de Bellas Artes de esa villa y corte ; á Figue- n.s, escultor catalán, que ha creado, dicen, una bella estatua de doña Ma- rina, la amada de Hernán Cortés; á Palmaroli, pensionado por los Reyes de España, y que pinta un cuadro de devoción que se elogia mucho; á Don Alejo Vera, pensionado particular, que bosqueja un cuadro, elj)/ar- tirio de San Lorenzo, destinado á la futura Exposición española ; á Mar- cial, á Francés, á Rosales, y á otros cuyos nombres no recuerdo: allí he visto también á un joven fotógrafo vascongado , el Señor Molías , cuyo establecimiento tiene gran nombradla en Roma ; á Don Fernando Fer- nandez de Velasco, agregado á nuestra Embajada, persona de gran ins- trucción é ingenio; á ini querido amigo el delicado poeta Amos Escai ante; al Señor Ralez, agregado también á la Embajada española; al distinguido compositor catalán Don MarivnoSoriano Fuentes; á los Señores Arnau y Gardiola, empleados en los Ferro-carriles romanos, que se construyen por nuestro célebre compatriota el señor Salamanca; al presbítero Don Ra- món PujOLs, excelente sugeto, capellán de la iglesia de Monserrate, y en fin, á otros varios españoles, dispensandos en su mayor parte.

No estaban allí ya (pero sí estaba su recuerdo) Gisbert y Casado , ó sean los autores de los Comuneros y de los Carvajales. Uno y otro artista partieron hace poco tiempo para España, llevándose dos obras que, según he visto en los periódicos, han llenado de orgullo y regocijo á la patria de Zurbarán y Velazquez. — También te recordaban á tí en el Café Greco ¡oh Germán Hernández, mibuen amigo!, que pasaste allí tantos años, d<' codos en aquellas mesas, dejando fluctuar tu espíritu entre las ilusiones del arte y las melancólicas memorias de tu patria ; á tí, el idólatra de la belleza pagana , que no supiste abandonar á Roma sin hacer de una de sus hijas la compañera de tu existencia! — ¡Allí te recordaban y allí te re- cordé; porque muchas veces me habías hablado de aquel ahumado tem- plo de tus ilusiones de artista!