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DE MADRID A NAPOLES

Departiendo acerca de tales cosas y de otras que no son de este lugar, hemos pasado por los encinares de Cisterna, albergue de bandidos desde la antigüedad hasta nuestros dias, y por la Torre de Treponti, donde he- mos mudado tiro.

Allí empiezan las célebres Lagunas Pontinas, que se extienden hasta la ciudad en que escribo, ó sea por un espacio de ocho leguas de longitud y tres de máxima anchura. Sus aguas estancadas producen la malaria, tremendo azote que ha despoblado completamente toda aquella región, en que hubo en otro tiempo nada menos que treinta y tres ciudades.

Finalmente, á las diez y media de la noche hemos llegado á Terracina, segundo- Puerto de mar de los Estados Pontificios, y albergádonos en el Hotel de la Posta, desde cuyos desmantelados salones oigo los bramidos del líquido elemento..., ¡que por cierto se halla bastante encolerizado!

Aquí nos han vuelto á anunciar que es muy posible que los Piamonteses no nos dejen pasar la frontera napolitana; pues desconfian de todo el que se dirije , procedente de Roma, al teatro de los sucesos...

(El Campamento de los sitiadores de Gaeta dista unas tres leguas de Terracina, y la plaza sitiada se ve perfectamente, según nos dicen, desde el Muelle de esta ciudad.)

Tambien nos han asegurado que ayer al medio dia sonaba todavía el cañon por aquella parte y se percibía el humo de la pólvora en el cielo que cobija á Mola.

¿Sí no habrá tal armisticio ?

Mañana veremos.

Dia 10.

Han pasado veinte y cuatro horas bastante largas, y cátanos toda vía en Terracina, decididos á volvernos á Roma, y á emprender desde allí el viaje á Nápoles, por Civita-Vecchia y el mar.

Antes de tomar esta determinación , hemos apurado todos los medios imaginables para continuar nueStra marcha por tierra, ó, alo menos, para no perder lo que llevamos andado y embarcarnos en este puerto con dirección á ¡Nápoles, ó al mismo Gaeta: pero todo ha sido inutil.

He aquí lo que nos ha pasado: — Esta mañana, al ser de día, hicimos enganchar la silla de posta y tomamos el camino de Nápoles , contra la opinión de los habitantes de Terracina , que nos aseguraban que tendríamos que volvernos.

El dia estaba hermoso; pero lámar agitadísima. La carretera seguía por la misma costa , abierta á pico en ásperas peñas. A nuestra izquierda veíamos formidables cumbres convertidas en fortificaciones. La rica vejetacion que festoneaba los zócalos de aquellos gigantes de granito anunciaba ya la espléndida flora del Mediodía. A lo lejos se divisaban las rocas artilladas que cercan á Gaeta, asilo del valor y la desgracia, último baluarte de una monarquía moribunda.

A la media hora de camino, dejamos los Estados del Papa, y entramos