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DE MADRID A NAPOLES

en el Reino de Nápoles. En los límites de ambas naciones, habia una especie de Portazgo, donde un empleado pontificio nos pidió la última limosna por no vernos los pasaportes. Nosotros le preguntamos, en cambio, si nos detendrían más adelante las tropas piamontesas. El romano nos dijo que no; é hizo bien...; — pues de otro modo no se bubiera justificado la susodicha limosna.

Un cuarto de legua más adelante, y al pié ya de Fondi, primer pueblo napolitano, la carretera, estrechada entre el Lago de Fondi y unas altísimas rocas, estaba cortada por una alta Puerta, guarnecida de dos macizas torres artilladas. — Llámase la Portella , según nos dijo el Postillon, y es la verdadera en trada en el Reino de Nápoles.

Este Postillon, vestido con su casaquilla corta y con su alto sombrero chapado, era realista de Francisco II y llevaba un miedo cerval.

Llamamos á la Puerta: sonó al otro lado de ella ruido de armas, y una voz terrible exclamó en italiano:

— ¿Quién vive?

— Una silla de posta que se dirije á Nápoles... — contestamos nosotros.

— ¿De qué nación son ustedes?

— Españoles.

— No se puede pasar.

— Tenemos una carta para el general Cialdini...

—El general Cialdini está en Mola di Gaeta, y nosotros tenemos orden de no creer en ninguna carta y mucho menos en españoles.

— Entonces, quisiéramos ponerle un parte telegráfico al general, y, para ello, nos permitirá usted subir á Fondi.

— No, señor: lo que se hará será enviarle el despacho al coronel que manda en Fondi, y él verá si puede trasmitirse al general Cialdini.

Nos armamos de paciencia ; escribimos con lápiz un parte al general Cialdini, diciéndole que llevábamos recomendaciones del conde de Cavour para las autoridades de Nápoles , y deslizamos el papel por debajo de la Portella.

El despacho debió de impresionar al oficial de guardia; pues un minuto después oímos estas órdenes :

—¡A escape! ¡Rebiente usted al caballo! Y dígale al coronel que estos señores, con harto sentimiento mío, están esperando al otro lado de la Portella.

A tales palabras siguió el rumor de un galope desesperado.

Nosotros sacamos nuestras provisiones ; nos sentamos en el tranco de aquella Puerta que daba entrada á un campo de batalla, á un Reino hundido, alas regiones calcinadas por el Vesnbio, á la Gran Grecia de los antiguos, y nos pusimos á almorzar, no sin convidar antes al Oficial de guardia, quien nos dio las gracias, asegurándonos que aceptaría con mucho gusto si no le estuviese prohibido, pena de la vida, salir por aquella Puerta ó dejar penetrar á nadie.

En cambio, sacó una silla, la apoyó contra el porton, y asi, espalda