gante al mar, al modo de colosales y retorcidas cabelleras. — Me recuerdan los glaciers de Suiza. — Como ellos, cada una de estas corrientes solidificadas tiene su fecha: Lava de 1767: lava de 1794 : lava de 1806... — Son monumentos de horror, fabricados por la naturaleza.
Generalmente se sube desde aquí al Vesubio; pero nosotros haremos la ascensión grande, la completa, la difícil, la espantosa: — ¡Subiremos desde Pompeya; cruzaremos la cumbre del Volcan, y descenderemos casi verticalmente á la región de las lavas!
Adelante, pues...
Estamos en Torre del Greco, ciudad de 16,000 habitantes, muchas veces destruida por los terremotos y siempre reedificada sobre el mismo lugar.
¡Tal es la temeridad del hombre! ¡Asi se acomoda, en cualquier proporción que sea, á la contingencia infalible de la muerte!
— Nadie es inmortal (dirá el morador de las faldas del Vesubio), y esta comarca es la más fértil del mundo: ¿á qué marcharme á otra región menos peligrosa, si al cabo moriré tambien en ella?
Y tiene razón: los alrededores del Volcan son verdaderos paraísos: ¡hasta sobre la misma lava crecen las renombradas cepas que producen el lacryma Christi!
Por lo demás, la catástrofe avisa con algunos dias de anticipacion. Cuando las fuentes y los pozos se secan, y los reptiles salen espantados ó abrasados de sus madrigueras, y la actividad del cráter aumenta extraordinariamente, y el humo se levanta á una legua de altura , tomando la forma de un gigantesco pino, la erupción es indudable... — Entonces la poblacion abandona todas estas ciudades; y, si al regresar á ellas las encuentra arruinadas, las vuelve á edificar muy tranquilamente..., y en paz!
Ahora: lo que no comprendo es que haya un polvorín , como lo hay, á dos kilómetros del cráter, encima de Torre Anunciata!
Porque ya estamos en Torre Anunciata, ciudad de 16,000 almas, que ha reemplazado á Pompeya, por más que medien tres millas entre ambos pueblos,
Hé aquí la explicación de este aparente contrasentido: Pompeya era puerto de mar; pero las materias volcánicas, y acaso también los terremotos, han interpuesto una legua de terreno entre las olas y el antiguo puerto. Ha quedado, pues, Pompeya retirada tierra adentro, y en el nuevo espacio robado á las ondas se ha edificado á Torre Anunciata , cuyo Puerto hace las veces del pompeyano.
Sin embargo , no nos apeamos en su Estacion , sino que caminamos algunos minutos más, y otra Estacion solitaria aparece á nuestra vista.
El tren se para otra vez.
— ¡Pompeya! — gritan los empleados del ferro-carril.
«POMPEYA,» — se lee en la pared de la Estacion.
Y á poca distancia se descubren unas Murallas derruidas...
¿Qué resurreccion es esta? ¡Lo mismo habría sucedido si Pompeya no