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Página:De Madrid a Nápoles (1878).djvu/618

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DE MADRID A NAPOLES

inmensidad del Infinito, donde giran, mueren ó nacen continuamente millares de millares de mundos, animados y dirigidos por la omnipotencia de Dios?

Es de noche. El universo exterior lia desaparecido. Las tinieblas se han apoderado de cielo, tierra y mar...

Refugiémonos en lo profundo del alma, donde también reside e Infinito.


VI.
EL VESUBIO.


19 de enero.

Después de una noche inolvidable, cuya primera mitad he pasado contemplando á Pompeya á la luz de la luna, y la otra mitad soñando con la novela de Bulwer, con terremotos y con nuestra próxima subida al Volcan, amanece otro hermosísimo dia, que parece la repetición del de ayer, y que está muy lejos de serlo, pues entre ambos soles hemos gastado veinte y cuatro horas de nuestra hmitada vida, y esas veinticuatro horas no tornarán ya nunca ni para nosotros ni para nadie.

Todo se halla dispuesto para nuestra arriesgada expedicion de hoy. Los caballos nos esperan: las provisiones para el almuerzo que hemos de hacer al borde mismo del cráter, están ya preparadas : nosotros vamos armados de gruesos bastones con punta de liierro, á fin de asegurarnos en tas ásperas cuestas de deleznable ceniza que tenemos que subir. — Podemos emprender la marcha.

Al principio caminamos por antiguas carreteras pompeyanas, dando la vuelta á las murallas de la Ciudad, y reparando en que las tales carreteras, embaldosadas de lava, están como alfombradas de una ceniza gorda y algo consistente.

Poco después nos dirigimos en línea recta al inflamado Monte, cuya cima se eleva 1,200 metros sobre el nivel del mar, y por cuyas faldas hemos empezado á subir desde que nos apartamos algo de Pompeya.

El terreno que vamos atravesando es todavía muy fértil, á pesar de que el suelo tiene ya un aspecto mucho más mineral que vegetal. De entre las piedras calcinadas, de entre las escorias de fundidos minerales, de entre las huellas de la lava, de entre la misma parda ceniza (que parece arena), brotan frondosísimas vides, cuyos largos sarmientos se enredan á mil especies de árboles frutales,, cubiertos ya de flores, mientras que en el suelo se ven rastreras malas de altramuz y de otras plantas que no conozco.

Asi caminamos media hora, siempre subiendo.

Al cabo de ella, alcanzamos un terreno estéril, en que se hunden los caballos. Y es que aquí ya no hay más que céniza en las cuestas accesi-