El tren partió al amanecer con dirección al Este.
— Dentro de algunas horas, le decia á Mr. Iriarte con cierta cruel satisfaccion, no seré yo sólo el extranjero, sino que lo serás tú tambien — ¡Ya me parece respirar el aire de Suiza!
Poco tiempo después llegamos á Amberieu, pequeña poblacion de Francia, á doce leguas de la frontera helvética,
Alii empezó ya á plegarse y accidentarse el terreno.
El Monte-Jura, cordillera secundaria, desprendida déla gran cadena de los Alpes, dibujábase en el horizonte.
La tierra aparecia más húmeda, y el viento arrastraba balsámicos aromas que fortalecían nuestro corazon...
La mañana era hermosa, aunque algo fria. Pocoá poco fue penetrando el tren en una serie de terraplenes y desmontes, cada vez más importantes. Luego empezaron los viaductos y los túneles... — ¡Estábamos en plena montaña!
El agua germinaba por todas partes. Las laderas y los zócalos de las rocas se vestian de amenísima verdura. Las hondonadas se iban llenando de árboles... Sudaban las piedras, creando arroyuelos, que se convertian después on mil endebles cascadas, todas las cuales formaban en los barrancos unos impacientes rios, jóvenes y bulliciosos, que corrían y saltaban gozosamente, llenando el espacio de placidísimos rumores y esparciendo por do quiera el amor y la alegría...
En Culoz (todavía Francia) el paisaje era ya grandioso. Las altísimas cumbres ostentaban ya sempiternas nieves. De las casas rústicas esparcidas en los quebrados valles salía aquel azulado humo que parece llevar al cielo las santas afecciones del hogar, y sobre algunos arduos picos de las tajadas peñas se veian estatuas de la Vírgen ó de los patronos de la comarca.. . — La naturaleza recobraba su augusto imperio y el hombre sus inmortales instintos...
— ¡Benditas sean las montañas! exclamé yo entonces, recordando mis amargas impresiones de París.
A nuestra derecha corría velozmente el impetuoso y opulento Ródano, cuya otra margen era tierra de Saboya.
El Ródano salía de Suiza, á donde nosotros llegábamos.
Su cauce es un profundo foso, obra suya, en que ha empleado eternidades de años de trabajo no interrumpido.
Este foso ha sido durante muchos siglos la frontera de Italia y Francia.
Nosotros caminábamos en sentido opuesto á la corriente, por largos túneles, obra del hombre, realizada en dos ó tres años.
¡Y la Saboya empezaba en aquellos días su existencia francesa! — Todavía no hacia tres semanas que Napoleon III la había recorrido de parte á parte, tomando posesión de su mísero territorío...
Verdaderamente, causaba pena contemplar aquellos verdes prados que se estendian al otro lado del río. Ninguna vivienda humana se descubría en ellos. — La antigua heredad de los reyes del Piamonte parecía la-