que se eleva verticalmente sobre el lago; que os encontrais á sus pies; que os amenaza; que os abruma...
Y es que el Mont-Blanc se os acerca por una ilusion óptica; es que os atrae; es que su grandeza desvanece y anula lodo lo que se interpone entre él y vos; es que os fascina!
Asi fué que nosotros, desde el instante que lo columbramos á lo lejos, coloreado por el sol que empezaba á declinar, nos sentimos impulsados hacia el de tal manera, que decidimos marchar en su busca á la mañana siguiente. .
¿Y la esciirsion por el lago? me diréis. ¿Y el castillo de Chillon? ¿Y Lausanne? ¿Y Ferney? ¿Y todas las demás cosas?
Os responderé con franqueza.
Primeramente, debo deciros que empezábamos á temer vernos obli- gados á volver á Ginebra después de visitar el Valle de Chamounix y de subir desde él al Mont-Blanc, si esto era ya posible.— Las noticias que nos habian dado por la mañana convenían en que las salidas de aquel valle, asi la Tete-Noire como el Col de Balme, estaban ya cerradas por la nieve, y en que los hoteles de Chamounix no Albergaban un solo inglés hacia lo menos una semana, por lo que se temia que ya los hubiesen abandonado sus mismos dueños, como hacen todos los años á mediados de octubre. — Estábamos, por consiguiente, en el caso de aprovechar las horas, si habíamos de penetrar en fl corazón de los Alpes para visitar el Mont-Blanc, aunque tuviésemos que volvernos después por el mismo camino.
Por otra parte... y esta es la mas lastimosa.— Yo no sentia gran curiosidad de recorrer todos aquellos puntos que las Guias y los ciceroní nos describian como muy deliciosos. Estaban tan previstas y tan consignadas las emociones que se experimentan en cada punto del Lago Leman; se ven en Ginebra tantos grabados y fotografías de sus más insignificantes parajes; habia, en fin, tanto de rutinario y de normal en aquella escursion, hecha á gusto del capitan del vapor que lo llevase á uno, en compañía de otros cien touristes desconocidos, sin poder detenerse nadie donde le agradara ni buscar á las cosas otro punto de vista que el prefijado por la costumbre, que preferí las expediciones á pie ó en mulo que me aguardaban en medio de las nieves, solo, libre, entregado á mis contemplaciones y luchando á cada momento con accidentes imprevistos...
Y es esto tan verdad, que la primera impresion que me causó la Suiza al penetrar en ella aquella mañana, inspiróme las siguientes palabras, que escribí con lápiz en las márgenes de una Guia:
«¡Qué grato me hubiera sido venir á Suiza, cuando Suiza era bella sin saberlo; cuando aún no había hecho una mercancía de sus naturales en- cantos! Hoy euplota su belleza; se pinta, se adorna, se compone, se exibe, y enseña sus más ocultas perfecciones por una miserable moneda. ¡No hay que buscar! ¡no hay que luchar! La infeliz tiene puestas las escalas en sus balcones y marcados los precios. Cualquier hijo de estas comarcas lo lleva á uno de la mano v le muestra las recónditas cascadas; le indica