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80 DE MADRID A ÑAPÓLES.

III
SABOTA RECIEN ANEXIONADA Á FRANCIA. — TIPOS Y COSTUMBRES. — ARCOS TRIUNFALES. — LOS ALPES. — ¡EL MONT-BLANC! — CHAMOUNIX. — DONIZETTI. — LA NOCHE Y LA NIEVE.


A la siguiente mañana, á eso de las siete, ocupábamos ya Iriarte y yo el pescante ó banqueta de una enorme Diligencia, que, con ser tan enorme, no habia reclutado más pasajeros que nosotros dos.

Habíamos elegido aquellos asientos, en que se va completamente al aire libre, por disfrutar desde ellos de mejores vistas.

Nosotros viajábamos para ver.

El dia habia amanecido frio y nebuloso; pero el mayoral nos aseguraba que saldría el sol y llevaríamos un tiempo magnífico...

En cambio , el dueño del hotel nos anunciaba que hacíamos un viaje inútil; pues los alrededores de Chamounix se hallarian intransitables, los Alpes inaccesibles, y por consiguiente, cerrados por aquella parte de Italia...

Y yo opinaba que el mayoral de la diligencia era optimista, porque su interés estaba en que hiciésemos el viaje, y que el dueño del hotel era pesimista, porque desaba retenernos en su casa.

Partimos, pues, á la buena de Dios.

La jornada habia de ser de diez y siete leguas... De ellas, la diligencia recorrería sólo once, ó sea hasta Sallanches. Allí nos trasladaríamos á otro coche mas ligero, acomodado á las pésimas condiciones del resto del camino.

A una legua de Ginebra, poco mas allá de Chéne, pasamos la frontera saboyana.

Algunos meses antes hubiérase dicho que acabábamos de entrar en Italia; pero despues de la cesion famosa; al atravesar aquella línea, no hacíamos sino volver á penetrar en Francia.

Pocos momentos después llegamos á Annemasse, en donde se encontraba antes la aduana sarda.

A la sazón no había allí aduana ninguna. — Las leyes francesas no debían regir en Saboya hasta el 1." de enero de 1861.

Desde luego eché de ver y contristaron mí ánimo la soledad y el silencio que reinaban por todas partes , el abandono en que se hallaban los caminos y los campos, y la suma pobreza que denotaban todas las obras del hombre al lado del lujo y poderío de una natureleza esplendorosa.

Y es que en aquella naturaleza todo era pompa y magestad; pero de ningún modo riqueza y abundancia, — asemejándose en esto á los dominios de aquellos hidalgos de las edades pasadas, que poseian un grandioso castillo, vistosos trajes y ricas armaduras; pero que carecian de un palmo de tierra que les asegurase los garbanzos cotidianos.

Sin embargo, no toda la miseria de Saboya debe atribuirse á la madre