alcoba de su amigo con el bastón levantado en actitud amenazadora:
— ¡Arriba, perezoso, hombre que puede dormir con la conciencia intranquila, arriba!... ¡Y qué olor tan terrible el que hay aquí! ¡Almizcle á dos pesetas el litro y mujer á dos duros la noche!... ¡Arriba!
Al oír las palabras truculentas del periodista, Plese se despertó sobresaltado y entreabrió las cortinas de la cama. Á su lado, una muchacha, robusta y fresca, frotábase los ojos con las manos preguntando «quién era ese loco».
— Es mi padre —díjole en voz baja el escultor.
— ¿Tu qué?...
— ¡Mi padre, chica, mi padre: estamos perdidos!
Ella sonreía con una sonrisa amodorrada é incrédula.
— ¡Sí, señora! —exclamó Robert, en voz muy alta—. Yo tengo la desgracia de haber engendrado á ese caballero