francamente de mis cavilaciones, que un momento después de habérselas dado á conocer, sentía vergüenza de mis ideas. ¿Querer á otro?... ¡Pues no faltaba más!... Ella no quería á nadie. Ella no quería más que á la Muñeca como á una hermana, y á mí como á su mejor amigo. Pero yo la quería de otra manera. «Ya veremos —suspiraba ella—; ya veremos... más tarde... Dios sabe... quizá.» ¡Que se la lleve el diablo! Ayer, cuando en un ultimátum apasionado le dije que ó venía á acostarse conmigo ó toda nuestra amistad se acababa, me respondió, riendo á carcajadas: «¿Dormir contigo? ¡Estás chiflado! Yo, que no he querido entregarme á una multitud de chicos que me gustan de veras, menos me he de dar á ti. ¡Ah, no!» Y me volvió la espalda y me dejó plantado en el café, sin decirme siquiera «buenas noches»... ¡Demonio de mujercita!... Pero más vale así, porque algunos meses más de esta existencia de sed nunca saciada
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Apariencia