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y de apetito nunca colmado, de esa existencia horrible de Tántalo del amor, me habrían conducido á la locura ó á la imbecilidad... ¡San se acabó!...»
Cuando Robert hubo narrado, así, la leyenda de su fatal idilio, Carlos y Rimal, que conocían el fondo doliente y fogoso de su alma, pusiéronse tristes. Liliana, en cambio, mostrose satisfecha, y dijo, sonriendo con orgullosa discreción:
— ¡Un diablillo la tal Margot, no hay duda; pero es tan simpática... tan simpática!