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XIV
En la casita de las inmediaciones de París, que Liliana había alquilado con objeto de hacerse un nido tibio y discreto, las risas cristalinas, las alegres canciones y los besos juveniles, resonaban ya con menos frecuencia que en los primeros tiempos.
Aparentemente la Muñeca era siempre la misma, pero en el fondo iba operándose en ella un cambio que Carlos no sabía á qué causas atribuir. Las palabras que antes la hubieran chocado, parecían ahora gustarle; su nervosidad, casi morbosa, exaltábase cada vez más; su humor variaba con una facilidad y con