de cloroformo, de jazmín, de rosas encarnadas, de ámbar gris; esencias misteriosas y emanaciones sin nombre; toda la gama, en fin, de aromas sutiles, de aromas secretos, de aromas alucinantes, que componen el odor di fémina, y que, flotando en ese espacio reducido, convertían el ambiente en diáfana red de irresistibles sugestiones...
La Muñeca respiraba con voluptuosidad en esa atmósfera cargada, en la cual, hasta el humo de sus cigarrillos parecía exhalar un perfume capitoso de plantas orientales.
— ¿No te parece raro este restaurante? —le preguntó Margarita, llenando de nuevo su copa de chartreuse y de menta verde—. A mí me gusta más que ningún otro.
— A mí también... Todo el mundo parece contento; todo el mundo ríe... Yo me siento más feliz y más libre que nunca, á tu lado... Tú conoces á muchas de estas gentes, ¿no es cierto?