«rica heredera» y á no escribir sino en la Revista de Ambos Mundos. «Tú llegarás á ser académico» —decíanle á veces sus amigos— y él lo creía sin dificultad, por estar convencido de no ser un genio, sino sencillamente un hombre hábil, agradable é inteligente. Sus escrúpulos no eran ni muy grandes ni muy numerosos. Contemplando, á veces, en el espejo, sus ojos melancólicos y sus labios sonrientes, pensaba que las mujeres serían su mejor apoyo para llegar al pináculo de la fama y de la fortuna. «Las mujeres... ¡ah!... las mujeres sirven para todo, con tal de no enamorarse de ellas...»
La noche en que la marquesa, ya viuda, se ofreció á él con un impudor mal disimulado, Carlos sintió en el fondo de su alma un miedo vago de futura dominación; pero creyéndose más fuerte de lo que en realidad era, apenas se atrevió á pensar con franqueza en el porvenir, diciéndose, para tranquilizarse, que esa