de versos y leía en voz alta, escuchando el ritmo, sin hacer ningún esfuerzo intelectual para comprender el sentido de la estrofa.
«Cuando sobre las cumbres del pensamiento humano
La noche se constela de lejanos fulgores;
Cuando las dulces lenguas del Viento dan rumores
Inauditos, y cuando sobre sus cumbres flota
La inefable caricia de una harmonía iguota,
La luz presiente al astro, la fe presiente al alma...
— Pareces aburrida —le decía Margot—. Nada te entusiasma, nada te excita, nada provoca tus deseos antes en constante alerta.... ¿Estás enferma?... Después de Ernesto Gramont, ningún hombre te ha interesado. ¿No hay misterios en tu vida?
— No... ¿Por qué quieres que haya misterios?... Pero me siento cansada, y tus amigos, los chicos decadentes, me producen náuseas.
— Sin embargo, cuando Gramont se marchó me hablaste de atletas y de luchadores