bienestar, que su gusto por las aventuras se había agotado, y que su ser, prematuramente envejecido, comenzaba ya á sufrir de la enfermedad psicológica que Juan de Tinan llama «la impotencia de amar». Los célebres versos de Mallarmé, que dicen la tristeza de la carne y la imposibilidad de encontrar el goce cuando se carece de curiosidad, acudían á menudo á su memoria como el ritornello de sus más íntimos pensamientos.
Una intensa languidez iba apoderándose de su corazón y hacía cambiar sus gustos y sus deseos, obligándola á preferir la música á la pintura, los perfumes á las formas, y los poemas á las novelas. Las quejas brumosas de Grieg, que surgían del piano, llenando el espacio de ondas mecedoras, sumíanla en una especie de baño psicoterápico que le permitía olvidarse á sí misma y permanecer horas enteras bajo la influencia calmante de vagas y dulces sensaciones. Cuando quería leer, buscaba un volumen cualquiera