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Página:Del amor, del dolor y del vicio.djvu/223

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XXIV


Después de la lluvia menuda, gris y persistente de los últimos días helados, el cielo amaneció, de pronto, una mañana de marzo, vestido de azul luminoso y prematuro.

—¡Qué bello día! —pensó la Muñeca al respirar á plenos pulmones, con una voluptuosidad golosa, los efluvios tibios y perfumados que penetraban por la ventana entreabierta de su alcoba—, ¡qué bello día!...

El reducido paisaje suburbano que principia en el bosque de Bolonia y va hasta el parque de San Claudio, tomaba proporciones inmensas, gracias al brillo