de los amores complicados de Ernesto Gramont, surgían de nuevo, en pleno día, del fondo de su sexo enfermizo, y sin tomar una forma neta pasaban ante sus ojos en caravanas de larvas de machos membrudos, vellosos, rígidos. —Si Robert hubiera estado allí habríale dicho que era «el ataque de histerismo». —Ella no se daba cuenta de lo que era; pero sentía que era algo de anormal y de obsceno, algo de físico, algo de irresistible; un deseo de sufrir materialmente; una enfermedad de la piel, de la sangre y de los nervios, que le producía sensaciones bestiales á la par que extáticas...
Poco á poco la calle fue desapareciendo ante su vista y sus sentidos no percibieron sino las fantásticas legiones tentadoras, la ardiente luz solar y el ruido in variable de las espuelas.
«... Me ha tomado por una cocota —seguía diciéndose— y me desea...» —La idea de ser tomada por una «profesional del amor» no la repugnaba— «... Es