con el vuelo rápido de su vista, á los hombres que le parecían «interesantes».
Alentado por sus maneras frívolas y provocativas, un coracero la seguía, parándose cuando ella se paraba, rozándola con el brazo en las encrucijadas llenas de gente, tratando, en fin, de encontrar un pretexto para dirigirle la palabra. Liliana sonreía con cierto orgullo, oyendo el ruido de las espuelas. «Este militar me ha tomado por una cocota —decíase—, o por una actriz ligera, o por una burguesa amiga de aventuras... Me persigue con encarnizamiento... ¡Anda, anda, de prisa, chico!...» Y el paso de la Muñeca hacíase más rápido, á medida que su imaginación y sus deseos iban exaltándose... «¿Será guapo?... Grnde sí lo es... y robusto también... pero guapo... ¿será guapo?... ¿y qué esperará para echarme un piropo?»
Las tentaciones carnales que habían atormentado sus noches solitarias después