— ¿Yo?
— Sí; tú... Porque ni tu mujercita ni yo hemos tenido nunca relaciones más que fraternales. Hemos sido amigas, nos hemos querido mucho, y nuestras zalamerías han podido, en apariencia, ser pecaminosas; mas en el fondo nada tan inocente como nuestras caricias y nuestros besos. Te lo juro...
— En ese caso, debiste decirlo desde luego á Carlos.
— No. Yo deseaba recobrar mi libertad, y aproveché tal pretexto como habría aprovechado otro cualquiera. Tengo la locura de la independencia. Todos los yugos me pesan... aún los más agradables.
— Es cierto... ¿Y tu militar?
— Ya no lo veo. Al cabo de quince días, los hombres me repugnan. El único á quien quise largo tiempo, es Carlos.
— ¡Pobre Carlos! Ahora que me aseguras que la causa de vuestra ruptura fue una ligereza mía, me siento lleno de