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ras botellas debieran ser servidas, para que el viejo Rimal no perezca de sed.
Rimal, que tenía fama de borracho, y que había cumplido los cuarenta desde hacía más de siete años, contestó:
— En efecto; la sed comienza á hacerse sentir, y agradezco sinceramente la indicación de Laura, de cuya amistad, que data ya de veinte años, no podía esperar menos.
Una chiquilla morena y vivaracha pidió que se prohibiese hablar de vejeces, para no ofender á ninguno de los presentes.
— ¿Qué edad tiene Ud.? —la preguntó un caballero calvo que estaba á su lado.
— Diez y ocho años.
— ¡Juventud, primavera de la vida!
— ¿Y usted?
— Yo no me atrevo á decirlo, para no asustar á los niños... ¿qué edad me das tú?
— Cincuenta?...
— ¡Oh, mucho más!