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emuló, en nuestro medio, con las grandes damas Francesas de los dos últimos siglos, elegante- mente pinceladas por Cousin, Sainte-Beuve, Deschanel y otros maestros en el delicioso por- trait de femme, tan generalizado y gustado en Francia como raro o desconocido en las demás literaturas, inclusas la hispánica y la argenti- na. Sociable, aunque no mundana ; hallando su mayor placer en el intimo comercio de unos po- cos elegidos, antes que en las recepciones brillan- tes y grandiosas ; modesta y recogida; amiga de volverse pequeña y enemiga de hacer sentir su acción sobre nadie y menos aún sobre el esta- dista que llegó a tener en sus manos los destinos del país, la señora de Avellaneda evoca sin es-- fuerzo el clásico modelo de la matrona romana, cuya dulce y austera fisonomía háse perpetua- do, quizá con menor alteración, en las riberas del Tíber y del Tajo, del Manzanares y del Plata, que en las orillas del Sena.
Pero, si nuestras dos damas difieren entre sí
por algunos rasgos morales, hay, en cambio,
