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que no hay enfermedades sino enfermos, cada uno de los cuales reclama un diagnóstico es- pecial y un tratamiento curativo también específico. Habéis visto ya, con qué habili- dad distrae y mitiga los acerbos dolores de Echeverría; observad ahora su modus ope- randi, vordaderamente magistral, en un caso tan difícil como el anterior, pero de índole diferente. Se trata del alma enferma de Al- berdi, torturado, según se sabe, por la idea de creerse negado y perseguido en su propio país: un caso típico de monomanía perseen- toria intelectual, que evolucionó en el mismo sentido de los casos análogos de manicomio, convirtiéndose, al final, el perseguido en per- seguidor y rebajando la colosal figura del sociólogo a la minúscula de detractor de Mi- tre, Sarmiento, Vélez Sársfield y otras altas personalidades argentinas. He aquí el récipe de la doctora de Mendeville, en el cual se combinan, secundum artem, elogios a la obra y
la persona de Alberdi, enriosas apreciaciones