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sueño de María Sánchez de Mendeville no era ambicioso en demasía. Por eso, no trans- eurrió mucho tiempo sin que le fuera dado realizarlo, instalándose, como lo pensara, en laantigua casa solariega, donde pasaría los úl- timos años de su vida, reconfortada por el afecto caluroso de los suyos y dulcemente embriagada por el incienso del respeto social que no podía faltar a quien, como ella, ha- bíase prodigado sin tasa en beneficios parti- culares y en servicios públicos. Y es de jus- ticia y de utilidad reconocer que no se le escatimaron, a María Sánchez de Mendeville, en el ocaso de su existencia, ni el cariño de los propios, ni el aprecio y consideración de los extraños. No bien reintegrada a su queri- da Buenos Aires — la patria de sus lágrimas, como ella dice, — se la rodea y festeja, se la adula y agasaja. La Sociedad de Beneficen- cia, que tanto le debía, llévala a la vicepresi- dencia, primero, después, a la presidencia; y

en este nombramiento no es fácil discernir