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moso grupo literario de 1836, como Juan María Gutiérrez, frecuentaban el tercero y último salón de Misia Mariquita, donde, a fal- ta de las luces irradiadas por la regia araña de plata colonial, brillaban las chispas del in- genio de la dueña de casa. El sillón de la an- ciana veíase rodeado por jóvenes y viejos que acudían, sin cesar, a deleitarse con el encanto de su verba chistosa y animada, sugerente e inagotable, como esos manantiales de agua viva y permanente, alimentados por fuentes recónditas de ilimitado caudal. Los recuerdos de la patria vieja, de los tiempos heroicos de nuestra gesta revolucionaria, o las tétricas escenas y los cuadros sombríos de la dicta- dura acudían espontáneamente a su memo- ria de oro, y fluían en tropel de sus labios elocuentes en anécdotas pintorescas, en rela- tos coloridos, impregnados de férvido patrio- tismo y sazonados, no pocas veces, con un ático grano de fina malicia.

Llegados a esta altura de la vida de nues-