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asombro queun hombre, lavando sus enormes espuelas en los hijares del caballo que monta- ba, obligábalo a trepar el escalón de la puerta de entrada, a penetrar al zaguán, a avanzar, porel patio, hasta el sitio donde forecían las hortensias, y a girar sobre ellas varias veces pisoteándolas hasta dejarlas completamente destrozadas. La niña alzó los ojos hacia el ginete que tan duramente castigaba la deser- ción política de las veleidosas flores, conver- tidas, de la noche a la mañana, de federales en unitarias, y, al reconocer en el sujeto al temible Cuitiño, huyó despavorida a las ha- bitaciones interiores. Así se combatía a los adversarios políticos y a sus simpatizantes en aquel período aciago de nuestra historia, no más bárbaro, ciertamente, que muchos de los que han conocido todas las naciones civi- lizadas del orbe durante esas tristes épocas de su vida, en que, revueltas las aguas socia- les, la tesaca de los bajos fondos sube a en-
turbiar la limpidez de las capas intermedias
