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visible del partido federal, y erigida, por na- burales tendencias, en jefe supremo de las huestes rosistas, su casa de la calle de las To- rres conviértese en un cuartel general donde acuden los fieles de la causa para llevarle no- ticias o recibir sus órdenes. Los prohombres y altos funcionarios de la administración pú- blica, Anchorena, Rojas, inclínanse ante ella y la consultan; los generales de la indepen- dencia, Viamonte, Pinto, Pinedo, le hacen la venia como a un superior jerárquico, y la obedecen sin titubear ; los comisarios de po- licía, Chanteyro, Parra, Cuitiño, Matías Ro- bles, ejecutan sin discutir las mazorcadas que manda llevar a cabo para aterrorizar a sus contrarios políticos. La varonil señora multi- plica su actividad ; todo lo sabe y atodo pone remedio. ¡ Y qué género de remedios!
No se hubiera ido Olazábal (don Félix, el ge- neral de la independencia) si no hubiera buscado yo gente de mi confianza que le han baleado las
ventanas de su casa, lo mismo que las del godo 14