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cir Misia Carmen, parodiando a la célebre escritora. Su sensibilidad para la desgracia o el dolor ajenos era, en efecto, tan grande, que su alma sentíase heridá y entraba en in- tensa vibración, no diremos ya ante los infor- tunios o sufrimientos graves y emocionantes, sino hasta en presencia de las más leves con- trariedades o privaciones del prójimo. Ir en auxilio de una necesidad angustiosa o urgen- te, secar lágrimas arrancadas por los grandes dolores, es cosa común y casi natural, pero sentar a su mesa por vía de estímulo y patro- cinio a jóvenes escritores en formación (1), o

bien obsequiar el paleo del teatro, antes que

(1) «A Carmen le gustaba convidarme a comer, para observar las irradiaciones de mi felicidad ante la substitu- ción de mi mesa de hospital. » (EDUARDO WILDE, El duelo de hoy, artículo).

« Comí alguuas veces en su mesa de familia presidida por la porteña ejemplar, de inteligencia y virtud prover- biales, a cuya influencia prudente y entrañable cariño — con algo de maternal — tanto debió -su talentoso y ener- vado compañero. » (PAUL GROUSSAC, Lo que pasaban : Ni- colás Avellaneda.)