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hubo concluído, firmemos; y tomó la pluma la esposa de Alvear, diciéndole al oído a María Sán- chez :

— Esto te lo ha escrito Monteagudo.

— No lo repitas, Carmen.

— ¿Por qué? ¿Qué hay de malo ?

— Hay d:: malo, que no es verdad.

—+¿ Y cómo me probarías que no es verdad ?

— Así, — dijo María Sánchez, acercando a la bujía el oficio y quemándolo.

— ¿ Qué has hecho ? — gritaron todas.

—Nada; castigar a esta calumniadora. Sién- tate, Carmen, y escribe: voy a probarte que yo no necesito secretario.

La de Alvear se sentó maquinalmente.

— Ponga usted ahí: Excelentísimo señor.

— ¿ En abreviatura ?

— Sí, en abreviatura.

— Ya está.

— Ahora, un poco más abajo:

«La causa de la humanidad, etc. »

Sigue, después, la conceptuosa nota escrita en el estilo periodístico de entonces, y en la cual figura la histórica frase: «Yo armé el