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La dueña de aquel salón, en cuya cabeza en- traban todas las reminiscencias e imitaciones de los salones del Directorio y del Consulado francés, prodigaba su inmenso caudal en el delicado pla- cer de reunir en su casa adornos exquisitos y curiosos de la industria y del arte europeo; por- celanas, grabados, relojes mecánicos con fuentes de agua permanentes, figuradas por una combina- ción de cristales, preciosidades de sobremesa, antojos fugaces, si se quiere, pero que eran nove- dades encantadoras para los que nada de eso ha- bían visto, hasta entonces, sino los productos decaídos y burdos que el monopolio colonial les traía. Después de eso, banquetes, servicio fran- cés y cuanto la fantasía de una dama rica, en- tregada a las impresiones y a los estímulos del presente, sin amargas ni perturbadoras previsio- nes del porvenir, podía reunir en torno de su be- Meza proverbial, con la vivacidad de uno de los espíritus más animados que puedan poner alas al cuerpo de una mujer. Era también poetisa, y pro- sista llena de ingenio y de oportunidad.

« Bella, poetisa, prosista llena de ingenio

y de oportunidad », son ¿cómo diríamos ?