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otras tantas galantes exageraciones del doc- tor López. No es posible llamar prosista o poetisa a doña María Sánchez sin hacer vio- lencia a esos términos, según veremos des- pués. No era tampoco bella, a no ser que Ló- pez use el vocablo en igual sentido al de aquella señora que, a raíz de una conversa- ción interesante, llegó a encontrar hermoso a Rivadavia, quien, como nadie ignora, abu- saba un tanto del derecho que tienen los hombres de ser feos (1). Las hadas rehusá-

(1) La dama en cuestión no es otra que doña Justa Fo- guet de Sánchez, de quien más tarde hablaremos al ocu- parnos de las amigas de la señora de Mendeville. La anéc- dota ha sido recogida por López, quien la relata en una salada nota de su Historia de la República Argentina (t. X, pág. 83), designando a la protagonista con iniciales transparentes : « El señor Rivadavia tenía un trato dema- siado solemne y substancial con los hombres, que jamás dlegeneraba en punta de chiste o en conceptos familiares. Con las damas, a cuyo trato era muy dado, modificaba su formalismo, pero nuuca el decoro de los conceptos ni la elevación de las ideas; y como poseía un tesoro inagota- ble de conocimientos útiles y de anécdotas interesantes sobre la educación y el “inflajo de la mujer en la cultura y en las costumbres de las naciones, sabía interesarlas y