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su majestad cristianísima en las Provincias Unidas del Río de la Plata, su carácter in- quieto y quisquilloso, sus actitudes diplomá- ticas arrogantes — obedecierar o no éstas a instrucciones del gobierno francés — condu- jéronle a promover reiterados incidentes con las autoridades argentinas, muy celosas, en aquel tiempo, por mantener los fueros de la independencia nacional contra las veleidades colonizadoras y los desplantes soberbios de algunas potencias europeas en sus relaciones con los débiles y anárquicos estados de la América del Sud. Uno de esos incidentes, el reconocimiento del marqués de Vins de Pey- ssac, como cónsul general y encargado de negocios de Francia en Buenos Aires, acor- dado por Rosas en 1836, después de una serie de humillaciones infligidas al nuevo en- viado, y cediendo, en apariencia, a la inter- vención y valimiento de su amiga doña Ma- ría Sánchez, motivó, entre ésta y el dictador,
nn cambio de cartas agri-dulces, que arroja