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bra de francés. Yo sé poco de ruso y el secreta- rio desconoce por completo este idioma.
Sin embargo, acabamos por comprendernos. Llama por teléfono a Smo!ny para preguntar si existe la orden de hacer pesquisas en la Emba- jada. Se le responde que no. Y obtengo, a fuer- za de amabilidad y diplomacia, un documento de protección prohibiendo a quienquiera que fuere, penetrar a la Embajada bajo penas seve- rísima.
¡Magnífico!
A 10 de Septiembre.
Ayer por la tarde, los guardias rojos volvieron todavía. Pero tan pronto como leyeron el docu- mento, se retiraron.
¿Vamos, por fin, a dormir tranquilamente?...
El Sr. Contreras regresó de Moscú.
Viene indignado de la manera cómo le trata- ron allá los comisarios del pueblo. Para colmo, la doncella se presenta a decirnos que los guar- dias rojos merodeaban cerca de la Embajada.
El Sr. Contreras corrió a su oficina para bus- car el revólver.
Pero antes que él, lo encontré yo y lo escondí en un armario. Él gritaba:
—Yo les enseñaré quién es un español, y haré lo que hizo Cromie. Voy a bajar. ¡Ah!, se atre- ven a desafiarme.