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PAULETTE
tos. Alemania le tiene bajo su dependencia; Ale-
mania es tanto más feroz e implacable, cuanto
que siente su pérdida en el frente francés.
Lunacharsky, Steneberg y algunos otros que
fueron sinceros y que creyeron en la realización
de un sueño generoso, naufragarán también
arrebatados por este huracán, que desarregla y
trastorna todo. Sus días están contados.
Al prepararme para abandonar este pais hos-
pitalario, pienso con infinita melancolía en esa
multitud de gente pobre, en estos seres descar-
nados por las privaciones, apáticos y resignados
a fuerza de martirios, y a quienes Lenin y Trot-
sky, con sus grandes frases, sus paradojas y sus
actitudes de cómicos de la legua, toman para ir
formando poco a poco el ejército — digamos el
rebaño — que necesitan.
Estos parias no sienten la santa indignación
ni la amargura orgullosa de los hombres que
en Francia protestan en medio de manifestacio-
nes tumul tuosas.
He visto frecuentemente que estos desdicha-
dos se han hecho serviles; he observado su mi-
rada de soslayo cuando esperaban hallar algún
alimento al final de un saqueo, su mirada incier-
ta de pobres bestias de carga que no encuentran
la ruta cuando sus inútiles pastores no les hacen
ver alguna ilusión.
Estos hombres son los mismos que al princi-
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