l%2
La conducción del equipaje costó 3ó0 rublos;
era una explotación desvergonzada.
Pero pagamos sin murmurar, felices de acer-
carnos al fin.
Descargaron nuestros baúles en el pequeño
puente que liga los dos países; estaba cayendo
una lluvia menuda y abundante.
La centinela finlandesa nos examinó coa
piedad.
Me sentí oprimida. Cambié una mirada con
Roggers y vi que nos comprendíamos. ¡Con tal
de que se nos abriera la barrera!... Porque si no,
debíamos pasar la noche sentadas sobre nues-
tros baúles. Pero, ¹qué importaba? Estábamos-
resueltas a todo, menos a desandar el camino.
Mas un soldado finlandés vino a pedirnos los
pasaportes. Le entregué la tarjeta del cónsul no-
ru go, que debía llevar al comandante. iSi irian
a negarnos el paso por Finlandia? Veinte minu-
tos — largos como veinte horas — transcurrieron..
El soldado volvió. Intenté leer en su semblante
la respuesta que nos traia. Era buena, pues el
soldado sonreía. La centinela corrió la barrera...
¡Al fin! Mi corazón dió un salto dentro de mi
pecho. Pasamos, y yo pisé con fruición la tierra
finlandesa.
Un empleado de ferrocarriles estaba allí; in-
mediatamente le interrogamos. En pocas pala-
bras, nos explicó que en su pais, a cuarenta mi-
Página:Diario Comedianta Francesa Bajo Terror Bolchevista.djvu/190
Ir a la navegación
Ir a la búsqueda
Esta página no ha sido corregida
