DIARIO DE UNA COMEDIANTA 193
nutos por ferrocarril del infierno sovietista, todo funcionaba admirablemente bien, los trenes, el abastecimiento, el alumbrado y el teléfono. ¡Todo estaba tranquilo!
Esta frase me pareció inmensa...
La vida iba a ser posible sin angustias.
Y me puse en camino para volver a mi pais. En derredor mío había deliciosos paisajes ac- cidentados, donde los pinos se perfilaban sobre el cielo color de rosa. .
Ese tinte que incendiaba la atmósfera se halla- ba delante de mí, en la dirección que yo tomaba, al fin tranquila.
A mi espalda quedaba, como una masa som- bría, el país desolado, el país del hambre y de la muerte.
Ese país se veía ya sumergido entre la bruma, y esta última visión de Rusia era como un sim- bolo frente al horizonte claro hacia el cual me dirigía apresuradamente.
Era un símbolo de profunda tristeza.
Parecía que la noche, una noche lúgubre, iba a envolver ese país, extinguiendo cuanto había habido alli de generoso y de grande, haciendo vanos los sueños más nobles, e inútiles todos los sacrificios. Esa noche parecía envolver también las horas largas de miseria soportadas por milla- res de seres desgraciados que están en la qui-
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