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DIARIO DE UNA COMEDIANTA 51

y con sólo una pena moral, la de la guerra, cuyo teatro no está lejos, no hay esta inconsciencia femenina, y salvo algunas excepciones, veo muy pocas mujeres de funcionarios o de hombres políticos tan preocupadas por los cuidados de la coqueteria.

En Petrogrado, actualmente, cuando la metra- lla deja desoladas las calles de ciertos barrios, las elegantes se hacen torturar el cabello dos ve- ces al día, y me han contado ayer el caso de una coqueta que sigue haciéndose peinar hasta para dormir.

Si he cedido por una sola vez al contagio de pretender embellecerme, tengo la excusa de ir en seguida a aplaudir la representación francesa que dan mis camaradas.

Quiero asegurarme por última vez de que nada se ha cambiado a esta representación.

Pero se me dice que es una locura pretender hablar por teléfono. Los amotinados tomaron, perdieron y volvieron a tomar el hotel donde se hallan instalados los servicios centrales de co- rreos y de teléfonos.

Quedo asombrada al ver que, inmediatamente, me dan la comunicación, hasta con una amabi- lidad desusada.

En medio de esta revolución extraordinaria, un servicio semejante puede cambiar de amo a viva fuerza.