DIARIO DE UNA COMEDIANTA 55
—¡Y a Francia! —agrega otra voz.
Cualquier cosa que suceda, cualquiera que sea la intensidad de la lucha, es absolutamente pre- ciso que el teatro francés, donde se trabaja en francés, siga dando sus representaciones hasta el fin.
Comenzamos a ensayar, pero el regidor acude presto. Piensa que es más prudente volver a casa, porque a las cinco se espera que llegarán las tropas conducidas por Kerensky, y de segu- ro habrá combates en las calles.
Yo corro hacia el Hotel Europa, donde sé que hallaré amigos. Pido a uno de ellos que me acompañe. Tomamos por el Newsky, para evitar el paso por la Ingenieurnaia, donde se dice que están desarrollándose cosas terribles.
Este amigo me explica las razones que dieron pretexto a los disparos anteriores y de los cuales escapé. Fué que los bolcheviques atacaron la es- cuela de los cadetes, asesinando a los alumnos. Estos desdichados jóvenes, sin armas, no pudie- dieron oponer resistencia. El tranvía pasó en el momento preciso del ataque.
En este país extraordinario, semejantes inso- lencias—tan sangrientas, sin embargo, como en este caso—se cometen, no por la multitud en masa, sino por pequeños grupos.
Basta con dos o trescientos manifestantes ar-
