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Página:Dies iræ (1920).djvu/100

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no había olvidado completamente mi disposición de ánimo del día anterior?

—¿Quieres venir conmigo?

—No te enfades.

Me creía enfadado.

—No te enfades—repitió—. Hace poco, mientras tú dormías, cuando han empezado a levantar las barricadas, he comprendido de repente que el marido, los hijos, no tienen importancia en comparación con lo que se acerca. ¡Te amo, te amo mucho!—y me estrechó la mano como nunca lo había hecho—. Pero, oye, ¿cómo trabajan ahí, en la calle? ¿Oyes los golpes de las hachas y de los martillos? Me parece que a cada hachazo, a cada martillazo, vienen a tierra espesos muros y se abren amplios horizontes. Esos golpes son como llamadas de la libertad. ¡No sabes cómo me conmueven! Aunque es de noche, se me antoja que brilla el sol. Soy ya vieja, tengo treinta años; pero me parece que sólo tengo diez y siete y que llena mi alma un primer amor infinito, sin límites.

—¡Qué noche!—exclamé—. Se diría que la ciudad no existe ya... A mí también se me figura no tener los años que tengo.

—Golpean, y sus golpes suenan para mí como un canto, como una música con la que he soñado toda mi vida. Y no sé por qué se me arrasan los ojos en lágrimas y, al mismo tiempo, experimento el deseo de cantar, de reír. Es la llamada de la libertad. No me prives, pues, de esa dicha. Déja-