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por la ventana abierta. El silencio nocturno sólo era turbado por los golpes sonoros y alegres del hacha.

Sentado a la mesa, yo miraba, escuchaba, y todo en torno me parecía tan nuevo y lleno de misterio, que me dieron ganas de reír. Se me figuraba que todo cuanto me rodeaba sería destruído y yo solo permanecería. Todo pasaría; pero yo seguiría existiendo. Todo lo que no era yo mismo—la mesa, los platos—se me antojaba absurdo, extraño, irreal, no dotado sino de una existencia ficticia.

—¿Por qué no comes?—me preguntó mi mujer. Sonreí.

—El pan... ¡es tan extraño!

Ella miró el pan, y su rostro se puso triste.

Luego volvió la cabeza hacia la habitación de los niños.

—¿Te dan lástima?—le pregunté. Negó con la cabeza, sin apartar los ojos del pan.

—No, no es eso. Pienso en nuestro pasado, en -todo lo anterior a este día. ¡Es tan incomprensible! Cuanto miro es incomprensible.

Dirigió en torno una mirada atónita, como si acabase de despertarse.

—¡Es tan absurdo! Aquí hemos vivido...

—Sí, y tú eras mi mujer.

—Y ahí están nuestros hijos.

—Ahí, en mi habitación próxima, murió tu padre.

—Sí, murió, murió sin despertar...