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—Había aquí un muchacho que se llamaba Semen, Semeño Erofeev.

—¡Podía usted preguntar y no colarse así!— dijo con tono grosero el vigilante—. Además, no es Semeño Erofeev, sino Semeño Pustochkin.

—Erofeev es el apellido patronímico—explicó Sazonka, poniéndose de pronto terriblemente pálido.

—Vuestro Erofeev ha muerto. Nosotros le conocíamos por Pustochkin.

—¿Ha muerto, pues?—dijo lentamente Sazonka, tratando de mantenerse sereno y palideciendo más aún—. ¿Cuándo?

—Ayer tarde.

—¿Le podría yo ver?—preguntó Sazonka con voz tímida.

—¿Por qué no?—respondió con indiferencia el vigilante—. Pregunte usted donde está la cámara mortuoria, y se lo dirán. Y no se apure tanto: estaba muy débil y su muerte era de esperar.

La lengua de Sazonka preguntó cortésmente dónde se encontraba la cámara mortuoria; sus piernas le llevaron a ella cuando le indicaron la dirección; pero sus ojos no vieron nada hasta que se fijaron en el cuerpo muerto de Senista, Se sintió penetrado por el frío terrible que llenaba la habitación, y dirigió una mirada a las paredes, llenas de manchas de humedad; a la ventana, cubierta de telas de araña. Aunque hiciera un sol esplendoroso, al través de aquella ventana el cielo parecía siempre gris y frío, como en otoño. En