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grimas resbalaron por mi rostro; pero mi careta, aquella horrible fisonomía donde todo—nariz, ojos, labios—era regular y estaba en su sitio, miraba con su impasibilidad idiota, con su estúpida indiferencia.
Cuando, los pies calzados con las grotescas bo tas de color, me alejaba, la risa sonora me siguió basta que estuve muy distante. Se diría que un arroyuelo cristalino caía de una gran altura y se.estrellaba contra una roca.
IV
Dispersos por las calles dormidas, turbando el silencio de la noche con nuestras voces, regresamos a nuestras casas. Uno de mis compañeros me decía:
—¡Has tenido un éxito loco! Yo no he visto nunca a la gente reír de tal manera... Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué rompes la careta? ¡Miradle, ha perdido el juicio! ¡Se rompe el traje! ¡Llora!