cosas. Sachka estaba enterado de que su desgraciado padre había amado a aquella mujer, que había contraído matrimonio con otro; y aunque lo había hecho después de casarse su padre, Sachka lo juzgaba una traición y no podía perdonar a Sofía Dmitrievna, como se llamaba.
—¡Hay maña sangre en esas venas! —suspiró la joven—. Acaso usted, Platón Mikhailovich, pueda hacer algo por él. Mi marido dice que sería mejor colocarle en una escuela profesional que en un colegio. Sachka, ¿quieres entrar en una escue la profesional?
—¡No!—respondió lacónicamente Sachka, cuyo amor propio había sido herido por las dos palabras "mi marido".
—Entonces, ¿que quieres? ¡No te queda más que guardar vacas!—dijo irónicamente el señor calvo.
—¿Yo?—dijo indignado Sachka.
—¿Qué quieres, pues?
Sachka no sabía lo que quería.
—Me es igual—contestó, tras una corta reflexión—. Hasta estoy dispuesto a guardar vacas.
El señor calvo examinaba con ojos asombrados al extraño muchacho. Cuando alzó la vista de sus botas remendadas y le miró a la cara, Sachka le enseñó la lengua; pero la ocultó al punto. Fué una cosa tan rápida, que Sofía Dmitrievna no advirtió nada, mientras que el señor calvo montó en cólera de repente sin ninguna razón visible.