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para volar, y, con un ruido suave, cayó sobre el horno.
Un mosquito curioso se acercó, quemándose las patas, a la pequeña masa informe de cera derretida, la olfateó por todos lados y se alejó.
Al través de los visillos penetraba en la habitación la luz amarillenta del amanecer; se oían ya los primeros ruidos del día naciente.