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do no salirse de la alfombra, porque sobre el suelo desnudo sus altos tacones sonaban ruidosamente. Después de pasar muchas veces por delante de la mesa de juego, se detuvo, cogió las cartas de Maslenikov, las examinó y las volvió a poner donde estaban y en el mismo orden. Luego miró la reserva, en la que encontró el as de bastos, precisamente el que necesitaba Maslenikov para el "gran chelem".

Dió algunas vueltas más por la estancia, salió a la haibitación inmediata, se abotonó bien la levita forrada de algodón y empezó a llorar; le daba mucha lástima el muerto. Con los ojos cerrados, esforzábase en recordar el rostro de Maslenikov, tal como era cuando el pobre vivía aún, cuando ganaba y se reía de gusto. Lamentaba que el muerto fuera un hombre poco serio y quisiera ganar a toda costa el "gran chelem" sin triunfos. Todos los detalles de la velada trágica fueron acudiendo a su memoria; Maslenikov había comenzado por jugar cinco carreux, y a medida que se producía el cambio milagroso en sus cartas, había se ido arrebatando hasta anunciar el "gran chelem". Jacob Ivanovich presentía un no sé qué inquietante, fatal, en aquel brusco cambio, y he aquí que Maslenikov había muerto en el preciso instante en que iba a ganar el "gran chelem".

Cuando pensaba esto, una idea terrible en su simplicidad sacudió el cuerpo enjuto de Jacob Ivanovich y le hizo saltar de su asiento. Mirando en torno suyo, como si buscase a quien le había