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dejar de llorar, imaginábase que jugaba con las cartas de Maslenikov, hacía una baza tras otra, hasta llegar a trece, y pensaba de nuevo que Maslenikov no lo sabría ya nunca. Fué la primera y última vez que Jacob Ivanovich traicionó sus principios, y, olvidando que nunca jugaba más que cuatro bazas, jugó, por amistad al muerto, el "gran chalem" sin triunfos.
—¿Está usted aquí, Jacob Ivanovich?—dijo, en trando, Eufrasia Vasilievna.
Se sentó y empezó a llorar.
—¡Es terrible! ¡Es terrible! Se miraban y lloraban ambos en silencio, pensando que allí, junto a ellos, en la estancia vecina, sobre el sofá turco, yacía el muerto, frío, pesado y mudo.
—¿Ha enviado usted a alguien a su casa?—preguntó Jacob Ivanovich, sonándose estrepitosamente.
—Sí, mi hermano ha ido con la doncella. Pero ¿cómo averiguarán su dirección? No sabemos dónde vivía.
—¿No vivía ya en el mismo piso que el año anterior?—preguntó, distraído, Jacob Ivanovich.
—No, se mudó. La doncella dice que una noche tomó un coche de punto para ir a la avenida Novinsky.
—Darán con su casa, sin embargo. La Policía debe saber...—la tranquilizó Jacob Ivanovich—. Creo que era casado...
Eufrasia Vasilievna, sumida en sus reflexiones,